Hoy estuve con mi amada
Al recogerla en el coche me obligó a salir de la ciudad y tomar una ruta desconocida para mí, que nos condujo hasta la cima de un acantilado que se alza perpendicular a una cala accesible solamente por vía marítima.
Escondida en el cuarto oscuro de mi entendimiento anida la duda de si me llevó a ese lugar (santuario apaciguador de sus ansiedades, me dijo) huyendo de la monótona rutina cotidiana o buscando, una vez más, la confirmación fehaciente de mi amor imperecedero.
Muy por debajo de nuestros píes, el mar desbocado se rompía contra los peñascos, que a su vez también se erosionaban en su oposición a las aguas .Quise decir algo romántico, en la creencia de que la ocasión así lo requería, pero ella me lo impidió con un gesto mudo, aunque impositivo. Me callé, con el único fin de satisfacer su deseo, y me limité a observarla. Una ligera irritación me incomodó al comprobar como me ignoraba a favor de las olas encrespadas. Pero ella no estaba ensimismada en el espectáculo acuático. En realidad no estaba. Sus ojos se habían hundido en las negras profundidades, mientras su alma vagaba por la superficie, atravesando veloz la niebla que la rozaba, en busca de Dios sabe que lejanos e ignotos paisajes. Me coloque a su espalda y mis brazos circundaron su pecho, en tanto la besaba calidamente en la nuca. Más no se estremeció como siempre que esto hago. Ni siquiera se enteró porque entonces era el mar, solo el mar, quien la poseía
Transcurrió un tiempo interminable y ella seguía ausente. Se ve que su eventual amante era contumaz en el oficio, que sabía bien como retenerla a su merced. La niebla subía hasta nosotros, traspasando las ropas inadecuadas que llevábamos, humedeciéndonos los huesos. Sin embargo yo,la recibí incluso agradecido, podría decir, pues comprendí que era mi aliada, la única que podría derrotar a su carcelero.
Un escalofrió recorrió su cuerpo. Obedeciendo a un impulso de galantería, me despoje de la liviana chaqueta para proporcionarle un precario abrigo, que ella agradeció apoyando con languidez su cabeza en mi hombro. Ya no me cupo duda. En breve querría volver a nuestro refugio y allí, apasionadamente arrebujados junto a la crepitante chimenea, podría recuperarla.
La intrépida zambullida de un cormorán en busca de alimento distrajo su mirada, que se hizo retractil para ascender lentamente desde el fondo abismal donde se había perdido. No obstante antes de alojarse definitivamente en sus pupilas se posó unos instantes en las crestas del oleaje, como jugando a galopar sobre sus grupas espumosas . Al fin acabó refugiándose en su guarida, devolviéndole esa alegre luminosidad que hace de mí un siervo de nula voluntad.
Aterida de frío, tornó a la realidad. Se giró para arroparse entre mis brazos, como una gata mimosa que se restriega contra los tobillos del amo incitándole a la caricia. En acción coincidente entornó los parpados, se alzo de puntillas para poner su rostro a la altura del mío y me ofreció la boca en generosa recompensa a mi comprensivo silencio. Aderezados con la caliente humedad de la salitre marina, sus labios eran un fecundo manantial de sensuales promesas y pensé que así deberían besar las sirenas, si es que sirenas eran las diosas de los océanos.
PH. ÁCIDO
Al recogerla en el coche me obligó a salir de la ciudad y tomar una ruta desconocida para mí, que nos condujo hasta la cima de un acantilado que se alza perpendicular a una cala accesible solamente por vía marítima.
Escondida en el cuarto oscuro de mi entendimiento anida la duda de si me llevó a ese lugar (santuario apaciguador de sus ansiedades, me dijo) huyendo de la monótona rutina cotidiana o buscando, una vez más, la confirmación fehaciente de mi amor imperecedero.
Muy por debajo de nuestros píes, el mar desbocado se rompía contra los peñascos, que a su vez también se erosionaban en su oposición a las aguas .Quise decir algo romántico, en la creencia de que la ocasión así lo requería, pero ella me lo impidió con un gesto mudo, aunque impositivo. Me callé, con el único fin de satisfacer su deseo, y me limité a observarla. Una ligera irritación me incomodó al comprobar como me ignoraba a favor de las olas encrespadas. Pero ella no estaba ensimismada en el espectáculo acuático. En realidad no estaba. Sus ojos se habían hundido en las negras profundidades, mientras su alma vagaba por la superficie, atravesando veloz la niebla que la rozaba, en busca de Dios sabe que lejanos e ignotos paisajes. Me coloque a su espalda y mis brazos circundaron su pecho, en tanto la besaba calidamente en la nuca. Más no se estremeció como siempre que esto hago. Ni siquiera se enteró porque entonces era el mar, solo el mar, quien la poseía
Transcurrió un tiempo interminable y ella seguía ausente. Se ve que su eventual amante era contumaz en el oficio, que sabía bien como retenerla a su merced. La niebla subía hasta nosotros, traspasando las ropas inadecuadas que llevábamos, humedeciéndonos los huesos. Sin embargo yo,la recibí incluso agradecido, podría decir, pues comprendí que era mi aliada, la única que podría derrotar a su carcelero.
Un escalofrió recorrió su cuerpo. Obedeciendo a un impulso de galantería, me despoje de la liviana chaqueta para proporcionarle un precario abrigo, que ella agradeció apoyando con languidez su cabeza en mi hombro. Ya no me cupo duda. En breve querría volver a nuestro refugio y allí, apasionadamente arrebujados junto a la crepitante chimenea, podría recuperarla.
La intrépida zambullida de un cormorán en busca de alimento distrajo su mirada, que se hizo retractil para ascender lentamente desde el fondo abismal donde se había perdido. No obstante antes de alojarse definitivamente en sus pupilas se posó unos instantes en las crestas del oleaje, como jugando a galopar sobre sus grupas espumosas . Al fin acabó refugiándose en su guarida, devolviéndole esa alegre luminosidad que hace de mí un siervo de nula voluntad.
Aterida de frío, tornó a la realidad. Se giró para arroparse entre mis brazos, como una gata mimosa que se restriega contra los tobillos del amo incitándole a la caricia. En acción coincidente entornó los parpados, se alzo de puntillas para poner su rostro a la altura del mío y me ofreció la boca en generosa recompensa a mi comprensivo silencio. Aderezados con la caliente humedad de la salitre marina, sus labios eran un fecundo manantial de sensuales promesas y pensé que así deberían besar las sirenas, si es que sirenas eran las diosas de los océanos.
PH. ÁCIDO
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